La vieja enemistad que vuelve a aflorar entre Polonia y Ucrania

La figura política más influyente de Polonia, Jarosław Kaczyński, declaraba hace sólo un año que Polonia tenía en Europa solamente dos verdaderos aliados: Ucrania e Inglaterra. La visita oficial del presidente Volodímir Zelenski a Varsovia en abril, la primera desde la invasión rusa, fue percibida como un hito en la relación bilateral, tradicionalmente de gran enemistad.

Zelenski recibió un protocolo similar al del presidente de Estados Unidos y Varsovia anunció medidas importantes para apoyar a Ucrania, incluso a expensas de sus propios intereses. Los dos gobiernos exhibían su unidad frente a un y terrible enemigo común: Moscú. Sin embargo, era de esperar que la política de Polonia hacia Ucrania se volviera más pragmática con el tiempo y la corrección ha sido relativamente brusca.

Comenzó con las protestas de los agricultores polacos, descontentos con el grano, los alimentos y el maíz ucranianos en el mercado interno, y Zelenski la hizo estallar, acusando a Polonia de falta de solidaridad ante la ONU. La campaña electoral polaca ha ampliado la onda expansiva de una enemistad latente que ya había dado muestras de peligrosa vitalidad el pasado verano, cuando se conmemoró el 80º aniversario del genocidio de Volinia, en el que el Ejército Insurgente Ucraniano (UPA) asaltó 167 aldeas en los antiguos territorios orientales de la II República polaca, y masacró cruelmente a unas 60.000 personas, en una operación de limpieza étnica de libro.

Otras 12.000 personas fueron asesinadas en la Galitzia oriental. Durante la II Guerra Mundial, los partidarios del nacionalista ucraniano Stepan Bandera colaboraron con los nazis. Y antes de eso, en 1920, tras el intento de erigirse como nación, Ucrania surgió de la unificación de dos repúblicas independientes definidas por la situación de cerco entre sus dos granes enemigos: Rusia y Polonia, que siguieron después al acecho.

Todavía en 2008, el presidente ruso Vladímir Putin ofreció a Polonia dividir Ucrania en dos zonas de influencia y repartírselas. Según desveló hace años el ex ministro de Exteriores polaco, Radoslaw Sikorski en una entrevista con Politico, Sikorski, cuando Donald Tusk visitó Moscú, el presidente ruso se refirió a Ucrania como a un «país artificial» y declaró que Leópolis (este de Ucrania) había sido una «ciudad polaca» hasta la Segunda Guerra Mundial. «Entonces, ¿por qué no solucionamos el problema juntos?», le sugirió a Tusk, dijo Sikorski, «sabemos que llevan años pensando esto» y deseamos «hacerles partícipes» de esta división de Ucrania. «Afortunadamente, Tusk no respondió», terminó de relatar Sikorski, porque «sabía que la conversación estaba siendo grabada».

Contra el revisionismo histórico

Más tarde, Sikorski reconoció que no eran declaraciones autorizadas, pero siguió advirtiendo contra el revisionismo histórico de Putin y sobre el peligro de la invasión rusa de Ucrania, en años en los que en Europa nadie le prestaba atención. «El realismo sobre Rusia crece en proporción a la distancia física: si eres portugués , español o italiano, entonces nunca has tenido soldados rusos en tu país contra tu voluntad, nosotros lo sabemos desde hace 500 años«.

Esta conflictiva historia entre Polonia y Ucrania tiene como consecuencia que muchos polacos hayan visto durante décadas a los ucranianos al mismo nivel de enemigos que a los rusos. Por eso fue tan sorprendente y digna de reconocimiento la acogida de refugiados ucranianos tras el estallido de la guerra, más de millón y medio de personas. «En algunos sectores de la sociedad polaca, la opinión predominante es que si Polonia ha hecho tanto por Ucrania también tiene derecho a exigir ciertas concesiones de Lev«, explica European Pravda, que subraya el rápido ascenso en las encuestas del Partido de la Confederación, que arrebata votantes al gobernante Ley y Justicia (PiS) y se ha convertido en la única fuera política antiucraniana en el país.

Como tercer partido más votado, puede convertirse en hacedor de reyes tras las próximas elecciones del 15 de octubre. Inmerso en la campaña, el partido de gobierno se ha visto obligado a ajustar sus políticas y adoptar una postura más a largo plazo hacia Ucrania, pero nada garantiza que después de las elecciones haya una oportunidad de restablecer las relaciones bilaterales a su nivel anterior, especialmente dada la posibilidad de una formación prolongada de coaliciones y posibles elecciones anticipadas.