Las dudas que despierta el nuevo pacto financiero global

Un Nuevo Pacto Financiero y Climático Mundial ha visto la luz el 23 de junio pasado, reedición de uno anterior del año 2017. Ambos se celebraron en el fastuoso Palais Brongniart de Paris, un edificio imponente, neoclásico, con columnas corintias, mandado construir por Napoleón, en el que se dieron cita centenares de líderes mundiales, jefes de Estado y altos funcionarios de gobierno, el secretario general de la ONU, representantes de la Unión Europea, del Banco Mundial, del Fondo Monetario Internacional, la Unesco, la OCDE, y de la sociedad civil.

El presidente Macron fue el “alma mater” por haber tenido y defendido vehementemente la idea de movilizar recursos para acelerar la transición a una economía libre de pobreza y desigualdades, baja en carbono y resiliente al clima.

La segunda cumbre sumó a los objetivos de la que le precedió otras ideas entre las que se destaca la de reformar la arquitectura y sustituir ciertos paradigmas de los Acuerdos de Bretton Woods, designación asignada por haberse llevado a cabo en New Hampshire, habiendo sido suscripto por 44 países.

Diseñados por John Maynard Keynes, desde 1944 han establecido un sistema monetario de alcance global y un Nuevo Orden Económico Internacional, cuyas reglas, aplicadas a las relaciones comerciales y financieras, han sido impuestas y favorecido a los países más industrializados del mundo.

La inspiración​

Por entonces el país anfitrión, indemne y enriquecido por la Segunda Guerra Mundial, poseía una poderosa industria manufacturera, producía la mitad del carbón mundial, petróleo, electricidad, barcos, armamento, maquinarias, etc. y detentaba la economía y moneda más fuertes del mundo.

Dos señeras instituciones financieras internacionales han sido fruto de dichos acuerdos, el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, con domicilio en EE. UU.

En casi ocho décadas de vigencia los Acuerdos de Bretton Woods no han cambiado, lo que ha cambiado es el mundo.

Meses después de los acuerdos finaliza la Segunda Guerra Mundial, nacen las Naciones Unidas, es el fin del colonialismo en África y Asia, y se suceden infinidad de acontecimientos histórico-sociológicos, económicos, científicos y tecnológicos, que hacen un mundo muy distinto.



Kristalina Georgieva, titular del FMI, durante las negociaciones en París.

El planeta tampoco es el mismo: depredado por acción u omisión humana, se ha degradado dramáticamente el ambiente, la tierra y su cobertura forestal; destruido la biodiversidad y los hábitats naturales, contaminado el aire, los océanos, ríos y lagos, y consumido hasta el agotamiento recursos naturales.

El clima mismo es distinto: en los recientes días de julio (el 3,4 y 5) el planeta ha superado por primera vez la media de diecisiete grados centígrados.

Organismos especializados sostienen que no existen registros de temperaturas tan altas. Inevitablemente, el cambio climático atrae eventos extremos: la extinción de especies, el colapso de ecosistemas complejos, el derretimiento de los casquetes polares y glaciares, y el aumento del nivel de los mares, entre otros fenómenos que se proyectan sobre las poblaciones más pobres y vulnerables.

Basta recordar como dramáticos hechos el terremoto de Haiti del 2010 con 300.000 personas muertas, el desplazamiento de más de un millón y medio y la destrucción de la infraestructura de su capital. Más recientemente Pakistán sufrió graves inundaciones que han sumergido a aldeas enteras, obligado a sus desvalidas y empobrecidas poblaciones a instalarse en campamentos de refugios improvisados y destruido 18.500 escuelas, dejando a enorme cantidad de alumnos imposibilitados de continuar su educación.

Otros países, aún no sobrepuestos a los efectos de la crisis del covid, además de sufrir las inclemencias del cambio climático, se hallan agobiados por deudas soberanas impagables, inertes ante la inflación global desatada por el aumento de los precios de la energía y los alimentos que, en cascada, cae sobre sus economías y condena a su población.

La pobreza extrema por efectos climáticos y la necesidad de actuar para que no recaigan sobre los más vulnerables han sido los ejes temáticos de dichas cumbres, y a ellos el Papa Francisco se había referido en las encíclicas “Laudatio si” (Alabado seas, en dialecto umbro) en 2015, y en “Fratelli tutti” en 2020.

La cumbre por el Nuevo Pacto Financiero

Además de los mencionados temas, la idea medular sobre la que ha pivoteado la cumbre ha sido la de construir un sistema financiero más justo, equitativo, social y durable, sustituyendo al actual.

Ha establecido una “hoja de ruta” y algo más, ha abierto un camino y avanzado en ciertas acciones concretas, derivando otros a futuros eventos.

Han sido trascendentes sus decisiones sobre financiación pública para la adaptación y mitigación del cambio climático de los países más vulnerables; movilizar fondos destinados al clima; la transición a una economía baja en carbono y el apoyo a las inversiones verdes y sociales y la innovación financiera y tecnológica.

Se ha referido también a la creación de un sistema para suspender la devolución de la deuda en caso de catástrofes naturales; al financiamiento internacional a través de impuestos a las transacciones financieras y a las actividades de quienes más se benefician de la globalización, como el transporte marítimo (que es el que más poluciona), a la reestructuración de deudas por crisis climáticas, sanitarias y económicas, y a la adaptación del sistema financiero internacional a las nuevas realidades y necesidades.

Ha hecho hincapié en las diferencias Norte-Sur, aunque éste es un binomio inapropiado e inexacto, utilizado en los sesenta para señalar las desigualdades entre los países industrializados y los rezagados en desarrollo y bienestar, ya que la pobreza y las vulnerabilidades sociales no se limitan a latitudes o geografías determinadas.

No han faltado críticas; algunos lideres africanos imputaron a los países ricos gastar miles de millones de euros en apoyar a Ucrania en guerra antes que dedicarlos a los Estados más pobres y a los cambios climáticos, en tanto las declaraciones han precisado que la acción climática no puede desvincularse de la acción social, y que la fraternidad, la solidaridad y la amistad social son valores indispensables para construir un mundo mejor.

Paris era una fiesta

Es la fuerte imagen y título de la famosa autobiografía de Ernest Hemingway, quien convivía en el ambiente efervescente y bohemio de esa ciudad, en una fiesta inextinguible, la que tal vez se han llevado como recuerdo los asistentes a la cumbre del Nuevo Pacto Financiero Mundial al regresar a sus países.

Pero, pocos días después, súbitamente Paris era un caos.

En la reciente cumbre, los líderes mundiales se habían concentrado en como avanzar hacia una economía más verde, justa y solidaria, que responda a los desafíos del cambio climático y de la desigualdad de los países del “Sur”: los más pobres, desvalidos, excluidos y vulnerables.

Apenas concluida, las calles de París resultaban invadidas por hordas enardecidas provenientes mayormente de los suburbios, que a su paso destruían, incendiaban, y saqueaban, invocando la muerte de un joven, Nahel Merzouk, de ascendencia argelina, abatido por la policía en un control de tráfico en Nanterre.

Los disturbios en Nanterre, Francia.


Los disturbios en Nanterre, Francia.

Ha sido un hecho brutal, inexplicable, dramático y luctuoso y que hacia esperable una reacción social No era la primera vez que se originarían disturbios provenientes de las “banlieues”, suburbios parisinos habitados mayoritariamente por inmigrantes y sus descendientes, con altos niveles de pobreza, discriminación y desempleo. Ya había sucedido a fines de octubre de 2005 cuando dos jóvenes descendientes de inmigrantes morían por electrocución en una subestación eléctrica al ser perseguidos por la policía, que, según se dijo, los había acosado. Ello fue el detonador de los destrozos, quemas de coches y propiedades, y enfrentamientos policiales que se sucedieron y se extendieron por varias ciudades.

En la cultura francesa no es extraño que protestas sociales se desarrollen en las calles, motivadas por el descontento y las desigualdades sociales que obran como elementos catalizadores y disparadores de movilizaciones populares. Es así desde la Revolución de 1789, hasta épocas recientes que han marcado hitos históricos: Mayo del 68, consecuencia del descontento con la rígida estructura de poder, falta de libertades personales e insatisfacción con el capitalismo; el antes mencionado hecho de 2005, expresando la insatisfacción social por la discriminación, la falta de oportunidades y la marginación de los inmigrantes en las periferias; en 2018 los “chalecos amarillos”, que clamaban contra la injusticia social y económica, y la desconexión entre la elite gobernante y la «Francia de abajo»; y últimamente por los reclamos contra la reforma al sistema de pensiones y los cambios en los impuestos al combustible.

Si bien cada una de las manifestaciones posee y revela sus propias causas y características, todas deben entenderse en el contexto de descontentos y desafíos con la situación social y un innegable e indisimulable racismo sistémico, esto es, de tensiones más profundas y persistentes en la sociedad.

La injustificada muerte del antes mencionado adolescente acaba de dar lugar a la erupción de violentos disturbios no limitados a Paris sino extendidos a Lyon, Toulouse, Lille y otras ciudades. Fueron protagonizados por grupos de jóvenes manifestantes, muchos descendientes de inmigrantes y habitantes de los suburbios, guiados por múltiples propósitos y resentimientos, más allá del hecho disparador.

Durante una semana, en noches de terror, se prendió fuego a más de doce mil autos, cuarenta autobuses, más de mil edificios, y a su paso se destruyeron inmuebles privados, pequeños negocios, se saquearon tiendas y supermercados, atacaron escuelas, comisarias y edificios municipales.

Hubo enfrentamientos con la policía, acusada de brutalidad, y ésta afirmaba estar en guerra para combatir a “salvajes alimañas”. Entre los tres mil quinientos detenidos, de una edad promedio de unos diecisiete años, incluso algunos no eran mayores de doce.

Un diario local titulaba la información con la pregunta de un joven que se apartaba de los alborotadores: – ¿tenemos que quemar todo para que se hable nosotros; es normal esto?

Mientras, a través de una acción popular espontánea se juntaban donativos por unos dos millones de dólares para la familia del policía autor del disparo al adolescente. Se despertaron inmediatas críticas de parte de la dirigencia política, incontrastable evidencia de la profunda fractura social.

Un caldo de cultivo se cocina en la periferia de las grandes ciudades en los que sus habitantes carecen de movilidad social, son y se sienten marginalizados, tienen obstruido su futuro y un acentuado resentimiento contra las clases privilegiadas. Enclaves de pobreza que constituyen un fermento de conflictos, que pone en crisis el modelo de convivencia, la capacidad de integración y la seguridad del país.

La paja estaba puesta en el ojo ajeno

Entre el escenario de la reciente cumbre y lo que se ha expresado en las calles de Paris y otras ciudades, existe un mundo de contrastes y la prueba de cuanto más fácil es ver “la paja en el ojo ajeno que la viga que está en el tuyo”, como dice la conocida frase que la literatura y el habla familiar expropiaran a los evangelistas Mateo y Lucas.

La cumbre se ha centrado en la pobreza, en las desigualdades y las exclusiones en el “Sur”, pero las existentes en su propio medio le han quedado ocultas por los deslumbrantes focos de la Ciudad Luz.

Según el FMI la pobreza, en Francia, ya en 2021 superaba el 14,2% (unos diez millones de personas) y otras mediciones (Ipsos y la ONG Secours Populaire) revelan que una de cada tres personas no puede procurarse las tres comidas al día, y tiene dificultades para pagar el alquiler o el préstamo para la vivienda.

La problemática y contraste existente en sus ciudades pone de relieve que cada una de las protestas y manifestaciones que se vuelcan en las calles en reclamo pretenden en realidad que el emblema Libertad, Igualdad y Fraternidad nacido en la Revolución, oficializado en la Constitución en 1946, y adoptado oficialmente en 1958, sea más que un símbolo de los valores republicanos y democráticos.

En pleno continente Norte, no pocos países europeos también tienen altos índices de pobreza (Bulgaria, Moldavia, Kosovo, Albania, Bosnia y Herzegovina, Montenegro, Ucrania y Serbia, son algunos ejemplos). En el Sur, mirando nuestra propia casa tenemos recientemente las crueles y lacerantes cifras del INDEC que informan el incremento, en el último semestre del año pasado de hogares por debajo de línea de pobreza y de indigencia, más de once millones y medio de personas y cerca de dos millones y medio, respectivamente.

Donde sea que haya pobreza, en las metrópolis de los países más prósperos o en los confines del mundo, posee la indefectible vocación por transformarse en estructural, aparejando múltiples y complejas consecuencias: discriminación en el mercado laboral, falta de educación o baja calidad, y segregación.

Es imperativo cerrar la brecha, y auspicioso que se haya abordado la titánica tarea de encarar una profunda reforma al sistema financiero relacionándolo con el cambio climático, lo que implica luchar contra la pobreza, descarbonizar las economías y proteger la biodiversidad.

Rubén Segal, doctor en derecho, autor de varios libros, analista internaional, reside en Ginebra


Rubén Segal, doctor en derecho, autor de varios libros, analista internaional, reside en Ginebra

El liderazgo del presidente francés, ideólogo de las cumbres, se enfrentado después de esta última a graves acontecimientos posteriores y se le impone demostrar su capacidad para controlar y revertir la situación que esta cada vez mas próxima a derribar las puertas del Eliseo, obligándolo a reevaluar sus ambiciones personales, inocultables como el amor y la riqueza.

La vida seguirá seguramente con próximas visitas de altos funcionarios de Estado, con advertencias desde las secretarias de organizaciones internaciones, con reuniones, cumbres o conferencias para tratar sobre un mayor acceso a la financiación de países en desarrollo, de las inmensas necesidades para hacer frente a las olas de calor y a sus secuelas, y la necesidad de liberarse de la dependencia de los combustibles fósiles y preservar la naturaleza.

También volverán a encenderse en días sucesivos las luces de la Ciudad Luz, con su flamante catedral, Notre Dame, el Louvre, su museo más famoso, se iluminará con los tricolores nacionales la emblemática torre Eiffel y sus monumentos, puentes, magníficas avenidas y tradicionales calles a ser recorridas por sus ciudadanos y miles de turistas: todo preparado para los próximos Juegos Olímpicos de julio de 2024.

Se ha prometido que serían ecológicos, Gaia, la omnipotente diosa de la Madre Tierra y de todos los seres vivientes, desde su trono en el Olimpo, no podrá evitar que en su rostro se dibuje una sonrisa irónica.