Ante un Felipe VI serio, con cara de preocupado y que en ningún momento mostró signo alguno de complicidad o satisfacción porque España cuenta, finalmente, con un jefe de gobierno, el presidente Pedro Sánchez prometió este viernes su cargo en el Palacio de la Zarzuela, en Madrid.
“Prometo, por mi conciencia y honor, cumplir fielmente con las obligaciones del cargo de presidente del gobierno, con lealtad al rey, y guardar y hacer guardar la Constitución como norma fundamental del Estado, así como mantener el secreto de las deliberaciones del consejo de ministros y de ministras”, dijo Sánchez.
Cumplió así con las formalidades de una investidura tensa y tortuosa, atravesada por protestas en calle y un indisimulable rechazo, social e institucional, a la amnistía que pactó con los independentistas catalanes a cambio de que apoyen su reelección.
A buena parte de la sociedad española le está costando digerir esa amnistía. Desde hace casi dos semanas hay concentraciones nocturnas en las sedes del PSOE en varias ciudades. Las de Madrid son las más multitudinarias y violentas.
Hasta el debate de investidura se celebró dentro de un Parlamento blindado por 1.600 policías que cortaron el Carrer de San Jerónimo, en el centro de la capital española, y vallaron el Congreso para evitar disturbios.
Este viernes, un grupo de militares retirados pidió, en un manifiesto, la destitución del flamante presidente del gobierno y la convocatoria de elecciones generales.
Mayoría absoluta
Sánchez resultó elegido presidente el jueves, en la primera votación, porque superó la mayoría absoluta de los 176 votos favorables que corresponden a la mitad más uno de los 350 diputados que integran el Congreso.
El socialdemócrata logró enhebrar 179 “sí” surgidos de boca de un variado elenco de partidos, hasta opuestos entre sí: independentistas y regionalistas de izquierda y de derecha.
A los 121 votos del PSOE, Sánchez sumó los de la coalición de izquierdas Sumar, los del nacionalismo catalán -Esquerra Republicana y Junts per Catalunya- y vasco, representado por EH Bildu -la fuerza política que nuclea a algunos ex etarras- y por el Partido Nacionalista Vasco (PNV).
También el Bloque Nacionalista Galego (BNG) y Coalición Canaria apoyaron la investidura de Sánchez a cambio de promesas de mejoras para los gallegos y los canarios.
Lo pactado
Esa mayoría apabullante, sin embargo, será el corsé de su gobernabilidad, que estará sujeta a las continuas amenazas de los separatistas catalanes y vascos quienes, desde la sesión de investidura, advierten a Sánchez que, para poder llevar adelante esta legislatura, deberá ganarse el apoyo de sus grupos parlamentarios día a día.
“Ahora toca cumplir los acuerdos pactados, como el traspaso de Rodalíes (los trenes), las mejoras económicas y la amnistía”, fue lo primero que dijo el presidente catalán, Pere Aragonès.
“Con nosotros no pruebe tentar a la suerte porque no le funcionará”, le advirtió durante el debate de investidura la portavoz de Junts en el Congreso, Miriam Nogueras.
Nogueras es la representante en Madrid del líder de Junts, el ex presidente catalán Carles Puigdemont, considerado en España un prófugo de la justicia por haber huido a Bélgica luego de declarar la independencia de Cataluña en 2017.
Puigdemont negoció con el PSOE y entalló a su medida la propuesta de ley de amnistía que los socialistas presentaron el lunes en el Congreso y que dejará sin efecto cientos de causas judiciales abiertas a los separatistas que participaron en el referéndum de autodeterminación y ilegal de 2017 y en la declaración unilateral de independencia.
Desde Esquerra, el portavoz Gabriel Rufían le recordó a Sánchez durante la sesión de investidura: “Nosotros hoy, aquí, tenemos capacidad para obligarle. Para obligarle a acabar con la represión hoy y para obligarle quizá a que se vote en un referéndum mañana”.
“Esta debe ser la Legislatura de la plurinacionalidad”, le dijo a su turno la portavoz de EH Bildu, Mertxe Aizpurua, antes de votar a favor de su investidura.
“Para abrir nuevos caminos que otros países como Reino Unido y Escocia ya están recorriendo”, agregó insinuando la posibilidad de un referéndum en el País Vasco.
Pedro Sánchez encara así su tercer mandato en la Moncloa, que para los españoles será el segundo gobierno de coalición de la democracia.
Llegó a la presidencia en 2018 cuando desalojó, con una moción de censura, a Mariano Rajoy.
En 2020 formó gobierno con Podemos y hoy, después de unas elecciones anticipadas que él mismo precipitó ante el triunfo del PP en los comicios regionales y municipales de mayo, se prepara para anunciar un nuevo gabinete de coalición con Sumar, el partido de su ex ministra de Trabajo, Yolanda Díaz.
El jueves, cuando el Parlamento le concedía su confianza al candidato Pedro Sánchez y los 121 diputados del PSOE lo aplaudían de pie, el líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, cruzó el hemiciclo de la Cámara para estrechar la mano al flamante jefe del gobierno.
No fue una felicitación. “Es una gran equivocación”, le dijo Núñez Feijóo sobre los pactos y concesiones que acorralarán al nuevo Sánchez presidente.